Nos despedimos en silencio. Pero cuando se había alejado unos pasos, se detuvo por un instante, se dio vuelta a medias, casi con timidez, y en su mirada me pareció advertir pena, ternura, desesperación. Pensé en correr hacia él y en besar su cara, sus ojos llorosos, su boca amargada; y en en perdirle, en rogarle (sí, más), que nos viéramos, que me permitiese estar cerca. Pero me contuve. Bien sabía que era utópico y que nuestros destinos tendrían que proseguir sin encontrarse...
hasta la muerte.
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