sábado, 16 de enero de 2016

Cualquier cosa menos lo que tengo que hacer.


Cierro los ojos y me paro a pensar,
que me pesa el mundo entre los dedos y no tengo dónde sostener toda esta mediocridad y miseria.
Miro a mi alrededor y nadie habla. Estoy sola y esto pesa demasiado.
Así que, me paro, porque no puedo más.
De nada sirve estar ahí, sin más, cuando todo pesa igual o incluso el doble.
Me muevo. Nada cambia.
Cierro los ojos; ¿cómo lo hago?
No tengo ganas, no tengo fuerzas. Mis ojos quieren humedecerse pero aquella niña creció creyendo que eso era de inmaduros que no sabían solucionar sus problemas y, ella no quería ser una de esas. Así que, por suerte o por desgracia; no lloro.
No siento.
Recuerdo tus ojos y echo de menos tu voz. Yo, que ya creí haberte superado. La miro a ella y sé que yo nunca seré suficiente. Que nunca tendré esa sonrisa, ni sabré hacerte feliz como ella lo hacía.
Sólo seré una mediocre más buscando una salida. Cambiándose de vestido por si hay que celebrarlo. Que ya por fin la he encontrado y todo esto sólo habrá sido una pesadilla.
Pero cierro los ojos y, nada, absolutamente nada, ha cambiado.
Así que cierro los puños y aprieto los dientes. Quizá debería decirle al mundo que me rindo y tragarme este orgullo, de seguir en pie aunque me tiemblen las rodillas y hablar con la chica del espejo.
¿Yo quién soy y tú quién eres?
A quién le importa.
Quiero que me sostengan sus brazos, pero están cansados de sostener mi mundo y yo sólo los aparto cuando me quieren acariciar.
Lo siento.
Nunca he sido buena para nadie.

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